lunes, 4 de marzo de 2013

El mudo   /  RUBÉN DE MAYO|          

jueves 21 de febrero de 2013 12:00 AM
Hace poco, los venezolanos escuchamos de parte del ministro para la Comunicación e Información, Ernesto Villegas, que a Chávez se le dificultaba el habla por respirar a través de una cánula traqueal.

Sabida es la incontinencia verbal del mandatario venezolano, que muchos de sus seguidores hacen pasar por verdaderas dotes oratorias, emparentando al presidente Chávez con grandes oradores como Demóstenes o Cicerón.

De lo que no hay duda es que Chávez es capaz de hablar durante horas, discurseando improvisadamente, sin apunte alguno, con despreocupación del tiempo y del auditórium. Su perorar es sabroso, nos dicen sus seguidores: amigo de condimentar sus kilométricos monólogos con digresiones de todo tipo, los chascarrillos, anécdotas, chistes, canciones de su viva voz, chuscadas, etc., forman la sustancia viva y emocional de su discurso.

Para la oposición venezolana esta incontinencia verbal no es más que eso: capacidad verborréica, pura habladera de gamelote, con el agravante de siempre acudir al expediente de la descalificación y el insulto denigrante contra todo ser vivo o cosa que se le oponga. Por eso a la oposición venezolana le parece un cinismo que a Chávez se le asocie, en los medios oficiales propagandísticos, con un corazón, hecho él de pura ternura, bondad y amor.

La voz más familiar para el venezolano, en el nuevo milenio, es la de Chávez. Desde el año 1999, fecha en que llega a la primera magistratura, hasta el 2010, el Presidente tenía más de 2.000 alocuciones en cadenas de radio y televisión (nótese que no estamos incluyendo su maratónico programa dominical de Aló Presidente, que muchas veces se prolongaba hasta 8 horas), equivalentes a 1.300 horas, es decir, 54 días completos, día y noche, hablando sin desmayo. En los últimos tres años la intensidad de las cadenas ha mermado, ciertamente, por la salud de Chávez, pero tuvieron un repunte el año pasado, a propósito de las elecciones presidenciales. Este abuso del verbo y la presencia mediática han sido vitales para los triunfos electorales de Chávez, que siempre está en campaña electoral, haciendo propaganda gubernamental.

Hablar es un trabajo, es verdaderamente agotador vivir del discurso. Un docente dado a la "clase magistral" termina con una sensación de vaciedad al culminar la jornada, hastiado de sí mismo, extenuado de su propio yo. Mucho trabajo da el hablar. Y el trabajo de Chávez ha sido precisamente ese: hablar, hablar y más hablar.

De ahí que nos haya extrañado tanto el mutismo y silencio del Presidente durante más de dos meses, convaleciente en Cuba, siendo como es el hablar, su verdadero trabajo. ¡Ni una llamada de teléfono a un programa de televisión, ni un comentario fugaz por la radio! Todo muy extraño.

Y yo me pregunto: si ya Chávez no puede hablar, aunque sea temporalmente, entonces: ¿qué hará?; ¿a qué se dedicará?; ¿en qué trabajará?; ¿cómo gobernara como dicen que gobierna?

No dudemos, sin embargo, de las capacidades comunicativas y expresivas de Chávez. Ya me lo imagino ensayando intuitivamente el lenguaje de signos o señas con Nicolás Maduro, vicepresidente y principal heredero político, enseñándole, entre risas, las muy variadas y graciosas formas de hacer una higa para dirigirse a la oposición y a cuanto detractor de la revolución haya.

Pero confiemos en Chávez: bastante tiempo habrá tenido para reflexionar, en convalecencia, sobre sus aciertos y errores. Tal vez, por tanto palabrerío, discurso, monólogo, perorar, disertar y hablar, hablar y más hablar, en el transcurso de todos estos años, le pueda enseñar a Maduro, desde su sabio silencio circunstancial, desde su condición temporal de mudo, aquello que dijera Mark Twain: "es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar toda duda".

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